sábado, 19 de mayo de 2012

PENACHO DE PERICO Y LA SEGUNDA REPÚBLICA



PENACHO DE PERICO Y LA SEGUNDA REPÚBLICA

    Por  M. de Roura.

14  de Abril de 1931. Peregrino Louro (para todo el mundo, Penacho) tendría para aquel entonces unos trece o catorce años. Era alto, flaco, huesudo y desgarbado.
Siempre con la misma ropa remendada y sucia, la boina agujereada y las alpargatas rotas. Si alguna vez mudaba de vestimenta, no se notaba. Siempre parecía la misma.
Penacho era uno de los muchos hijos de una viuda que quizás por cansancio o porque el muchacho resultó incorregible, jamás lo mandó a la escuela ni lo puso a trabajar. Penacho fue creciendo, correteando por entre las casas y corredoiras loureanas, ajeno a todo sentido de responsabilidad para consigo mismo y para con los suyos. De vez en cuando se arrimaba a puertas que consideraba propicias y, sin la menor timidez, reclamaba comida. A veces le daban borona, otras una taza de caldo y…poco más. No era raro que, tras la dádiva, se escuchara el desagradable: “¡Anda!, ¡vai traballar!”. Tampoco faltaba el “vai á merda”, pero ya Penacho estaba acostumbrado y no se enfadaba. Penacho vivió de milagro y, de tal manera se adaptó, que lo circunstancial se convirtió en norma.
El flaco y harapiento Penacho, durante tres o cuatro años, fue mi jefe. Y lo fue también de todos los niños que, como yo, frecuentaban la "Eira dos Marcos" y cuya edad no excedía los diez años. En tal sentido, Penacho era cuidadoso: En su cuadrilla no había lugar para niños cuya edad o tamaño constituyeran un peligro a futuro para el legítimo jefe, ¡faltaría más!.  Porque, ahí, precisamente  en esa jefatura conseguida a pulso y por méritos propios, tenía Penacho asegurada, si no la dieta diaria, una buena parte de ella: El “vai á túa casa e tráesme un anaco de boroa e, se non ma traes, non xogas”, podía reforzarse  con un: ademais douche una hostia”. Penacho excluía también de su grupo a todo niño que tuviera hermanos mayores, padres con mala leche o madres demasiado sensibles. En algunos casos, el hombre había sufrido agresiones  que no sólo dañaron su cuerpo sino que su prestigio de caudillo quedó malparado. Era, pues, necesario conocer bien a su tropa y, por supuesto, autoconocerse para actuar en consecuencia, o no actuar. La vida, gústenos o no, es compleja e imprevisible y, para vivirla con cierta normalidad, es necesario saber hasta dónde se puede llegar. Sólo el tonto se lanza al vacío sin alas que lo sostenga. En tal sentido Penacho era consciente de sus carencias.
La más notoria, por supuesto, estaba en sus escasas ganas de trabajar y ganarse la vida. La monserga que todos los padres aconsejan, casi siempre sin éxito, sobre el trabajo honesto y la honradez, nunca entró en el cerebro de Penacho. En tal sentido, las puertas de la razón y de la lógica las tenía cerradas a cal y canto… De trabajar: ¡Nada!.
En la tarde del día catorce de Abril de 1931, llegó Penacho a la "Eira dos Marcos". Llegó alterado, corriendo y gritando: “¡Hai república!, ¡me cagho no carallo!, ¡hai república!. “Botaron ao Rei e puxeron una república…” …”Bueno, replicó uno de los niños: “E esa república  que é?”. “Para que serve?”. “Bueno, eu non sei que é nin para que serve, pero agora mesmo eu podo matarte, e non me fan nada. “Agharro un pau, rómpoche a cabeza, quedas morto no chan e voume tranquilo para a miña casa”. “Si”, dijo irónicamente otro. “¡Como non! O meu pai vai deixar que me mates e que te vaias tranquilo…Cólleche polo fondillo e métache no cu a túa república”…Penacho calló y su desilusión fue visible. El razonamiento del compañero tenía lógica.
Lo que aquí estoy expresando, palabras más palabras menos, lo oí hace muchísimos años, allá en una esquina de la "Eira dos Marcos". Lo dijo Penacho…¡Doy fé!.
Penacho, mi jefe, sin saberlo, estaba ejerciendo de vocero del reducido grupo de labradores medios del Louro arcaico que, así mismo, tenía su control ideológico en el Convento. ¡Pobre Penacho! Uno, a veces, no sabe para quién trabaja. Un día Penacho me dio una pedrada y me hirió en la cabeza. Al verme sangrar, vino hacia mí, se sacó la camisa y, con ella, me secó la sangre. Vi como lloraba. Estaba angustiado: “Non é nada Manoeliño. É só unha rabuñada. Non chores. Foi sen querer…”
Allí había un hombre bueno y sensible. Pude verlo.
Cuando, a principios de los años cuarenta, llegué a Louro, supe que Penacho había muerto. Aún no tendría veinte años…El hambre hace su labor y siempre acorta el camino. ¡Penacho!: Símbolo anárquico del primitivismo más puro y más sincero.