PENACHO DE PERICO Y LA SEGUNDA
REPÚBLICA
Por M. de Roura.
14 de Abril de
1931. Peregrino Louro (para todo el mundo, Penacho) tendría para aquel entonces
unos trece o catorce años. Era alto, flaco, huesudo y desgarbado.
Siempre con la misma ropa remendada y sucia, la boina
agujereada y las alpargatas rotas. Si alguna vez mudaba de vestimenta, no se
notaba. Siempre parecía la misma.
Penacho era uno de los muchos hijos de una viuda que
quizás por cansancio o porque el muchacho resultó incorregible, jamás lo mandó
a la escuela ni lo puso a trabajar. Penacho fue creciendo, correteando por
entre las casas y corredoiras loureanas, ajeno a todo sentido de
responsabilidad para consigo mismo y para con los suyos. De vez en cuando se
arrimaba a puertas que consideraba propicias y, sin la menor timidez, reclamaba
comida. A veces le daban borona, otras una taza de caldo y…poco más. No era
raro que, tras la dádiva, se escuchara el desagradable: “¡Anda!, ¡vai traballar!”. Tampoco faltaba el “vai á merda”, pero ya Penacho estaba
acostumbrado y no se enfadaba. Penacho vivió de milagro y, de tal manera se
adaptó, que lo circunstancial se convirtió en norma.
El flaco y harapiento Penacho, durante tres o cuatro años, fue mi jefe. Y lo fue también de todos los niños que, como yo, frecuentaban la "Eira dos Marcos" y cuya edad no excedía los diez años. En tal sentido, Penacho
era cuidadoso: En su cuadrilla no había lugar para niños cuya edad o tamaño
constituyeran un peligro a futuro para el legítimo jefe, ¡faltaría más!. Porque, ahí, precisamente en esa jefatura conseguida a pulso y por méritos
propios, tenía Penacho asegurada, si no la dieta diaria, una buena parte de
ella: El “vai á túa casa e tráesme un anaco de boroa e, se non ma traes, non
xogas”, podía reforzarse con un: ademais
douche una hostia”. Penacho excluía también de su grupo a todo niño que
tuviera hermanos mayores, padres con mala leche o madres demasiado sensibles.
En algunos casos, el hombre había sufrido agresiones que no sólo dañaron su cuerpo sino que su
prestigio de caudillo quedó malparado. Era, pues, necesario conocer bien a su
tropa y, por supuesto, autoconocerse para actuar en consecuencia, o no actuar.
La vida, gústenos o no, es compleja e imprevisible y, para vivirla con cierta
normalidad, es necesario saber hasta dónde se puede llegar. Sólo el tonto se
lanza al vacío sin alas que lo sostenga. En tal sentido Penacho era consciente
de sus carencias.
La más notoria, por supuesto, estaba en sus escasas ganas
de trabajar y ganarse la vida. La monserga que todos los padres aconsejan, casi
siempre sin éxito, sobre el trabajo honesto y la honradez, nunca entró en el
cerebro de Penacho. En tal sentido, las puertas de la razón y de la lógica las
tenía cerradas a cal y canto… De trabajar: ¡Nada!.
En la tarde del día catorce de Abril de 1931, llegó
Penacho a la "Eira dos Marcos". Llegó alterado, corriendo y gritando: “¡Hai república!,
¡me cagho no carallo!, ¡hai república!. “Botaron ao Rei e puxeron una república…” …”Bueno,
replicó uno de los niños: “E esa república
que é?”. “Para que serve?”. “Bueno, eu non sei que é nin para que serve,
pero agora mesmo eu podo matarte, e non me fan nada. “Agharro un pau, rómpoche a cabeza, quedas morto no chan e voume tranquilo para a miña casa”.
“Si”, dijo irónicamente otro. “¡Como non! O meu pai vai deixar que me mates e
que te vaias tranquilo…Cólleche polo fondillo e métache no cu a túa
república”…Penacho calló y su desilusión fue visible. El razonamiento del
compañero tenía lógica.
Lo que aquí estoy expresando, palabras más palabras
menos, lo oí hace muchísimos años, allá en una esquina de la "Eira dos Marcos".
Lo dijo Penacho…¡Doy fé!.
Penacho, mi jefe, sin saberlo, estaba ejerciendo de vocero
del reducido grupo de labradores medios del Louro arcaico que, así mismo, tenía
su control ideológico en el Convento. ¡Pobre Penacho! Uno, a veces, no sabe
para quién trabaja. Un día Penacho me dio una pedrada y me hirió en la cabeza.
Al verme sangrar, vino hacia mí, se sacó la camisa y, con ella, me secó la
sangre. Vi como lloraba. Estaba angustiado: “Non é nada Manoeliño. É só unha rabuñada. Non chores. Foi sen querer…”
Allí había un hombre bueno y sensible. Pude verlo.
Cuando, a principios de los años cuarenta, llegué a Louro, supe que Penacho había muerto. Aún no tendría veinte años…El hambre hace su
labor y siempre acorta el camino. ¡Penacho!: Símbolo anárquico del primitivismo
más puro y más sincero.